jueves, 21 de junio de 2018

ORDENACIÓN SACERDOTAL

Actualidad Diocesana


El diácono Antonio Carreras será ordenado presbítero en la Catedral Vieja

El domingo 24 de junio, festividad de la Natividad de San Juan Bautista, el Obispo de Salamanca Mons. Carlos López ordenará sacerdote al diácono Antonio Carreras Sánchez-Granjel, en una solemne eucaristía que dará comienzo a las 18.00 horas en la Catedral Vieja. Antonio ha escogido como lema para su ordenación: “El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Jn 4, 13-14). Toda la comunidad diocesana está invitada a la ceremonia para acompañarle en su paso definitivo hacia el presbiterio y dar gracias Dios por este gran regalo para nuestra Iglesia diocesana.

Tras su ordenación Antonio Carreras celebrará sus primeras eucaristías el lunes 25 de junio, a las 20.00 h. en la parroquia de la Purísima. El domingo 1 de julio a las 13.00 h. en San Juan Bautista y el 8 de julio, a las 12.00 h. en la parroquia de Alba de Tormes.

Natural de Salamanca, Antonio Carreras, de 36 años, ha cimentado su fe en el seno de su familia, en el Colegio Maristas donde estudió y en la parroquia de La Purísima donde en su etapa universitaria estuvo más vinculado y donde se integró en los Grupos de Biblia. Tras completar su Licenciatura en Derecho y realizar un máster en Madrid trabajó durante cinco años en una consultoría.

Con 29 años sintió que su camino iba en otra dirección y pidió acompañamiento en la congregación de los misioneros claretianos. Mientras discernía su vocación religiosa inició sus estudios de Teología en la Universidad en la Universidad Pontificia de Comillas-Madrid. Pero Dios tenía otros planes reservados para él y un par de años después se sintió llamado al sacerdocio secular. Regresó a Salamanca e ingresó en el Seminario diocesano en 2015 continuando sus estudios de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca que finalizó en 2016.

Antonio fue ordenado diácono, el paso previo al sacerdocio, el 10 de diciembre de 2017 en la iglesia parroquial de Alba de Tormes donde ha estado realizando su etapa pastoral acompañado de sus párrocos Juan Francisco Buitrago y Gonzalo Escamilla. El próximo 24 de junio Antonio responderá ‘Sí’ a Jesucristo con la entrega sacerdotal de su vida.

Tomado de:
 http://www.diocesisdesalamanca.com/noticias/el-diacono-antonio-carreras-sera-ordenado-presbitero-en-la-catedral/



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Testimonio de Antonio Carreras ante su próxima ordenación sacerdotal

Recuerdo bien la primera enseñanza que me dio mi formador al entrar en el Seminario: “Déjate hacer por el Señor, ten siempre buena voluntad y sé transparente”. Tres indicaciones concisas, dos obvias para cualquier proceso formativo que se tome con un mínimo de exigencia, y una más misteriosa e inquietante, dejarse hacer por el Señor. Ofrecerme al Señor, para que me guarde y me acompañe, y dejarme hacer por Él, porque Él, mucho antes, comenzó la obra buena de mi salvación y será también Él, el que un día la lleve a término. Dejarse hacer por el Señor, para ser desde el primer día un buen seminarista y llegar a ser, si Dios lo quiere, un santo sacerdote, un sacerdote unido siempre a Cristo y a su Iglesia. Eso es lo que pensaba cuando comencé el Seminario y eso es lo que he estado pidiendo al Señor todos estos años: ser el sacerdote que Dios quiere. Y no buscar ser el sacerdote que a mí más me gustaría, o el que más guste y contente a todos.

En el comienzo de mi vida sacerdotal este es el ideal al que aspiro cada día, dejarme hacer según el corazón de Jesús, el buen Pastor. Sin olvidar nunca que el ministerio que se me ha confiado no es algo mío, porque ser sacerdote no es ni un derecho ni una profesión clerical, sino que es un ministerio referido a nuestro Señor Jesucristo y a los hombres. Un servicio que lleva a plenitud mi existencia, configurándome con Cristo Sacerdote en el envío que la Iglesia hace conmigo para que sirva y acompañe a su Pueblo.

“Ser el sacerdote que Dios quiere, es el ideal al que aspiro cada día”

Hay una frase del comienzo de la exhortación postsinodal de Pastores Davo Vobis que me acompaña desde los años de los estudios de Teología. “¡Permanecer fieles a la gracia recibida! En efecto, el don de Dios no anula la libertad del hombre, sino que la promueve, la desarrolla y la exige”. La gracia de Dios que a los sacerdotes nos alcanza por el sacramento del Orden, como signo real y eficaz de la acción salvadora de Dios en nosotros, lleva a término nuestra vocación y sirve a nuestra santidad. A pesar de las renuncias, de los sacrificios o de los encargos difíciles que nos confíen, Dios actúa en los sacerdotes, respetando siempre nuestra libertad, y nos hace capaces de llegar a ser lo que por nuestras limitaciones o debilidades nunca podríamos alcanzar. Y aunque lo que hagamos parezca a los ojos del mundo, poco, escaso e insignificante, el sacerdocio ministerial, imprescindible en la vida de la Iglesia, se pone siempre al servicio del sacerdocio común de todo bautizado para el desarrollo de su gracia bautismal, sosteniendo y alimentando siempre su vida. Y de este modo, Cristo, sirviéndose de hombres frágiles y limitados, sigue construyendo y conduciendo a su Iglesia.

Estos meses en Alba, en los que he servido como diácono y he celebrado la Palabra en las parroquias y pueblos cercanos, me han hecho tomar conciencia de la gran necesidad que tienen hoy nuestros fieles de muchos lugares para vivir su fe. La falta de sacerdotes es una necesidad real y urgente. Sin sacerdotes en sus comunidades, ellos sienten que no pueden vivir la centralidad de su fe, la eucaristía. Palpar esta necesidad en las gentes de nuestros pueblos, en sus palabras y gestos, es descubrir lo que significa vivir radicalmente el mandato fundamental y fundante de la vida cristiana, como centro de su existencia y de su misión ahora y siempre “id y haced discípulos a todos los pueblos enseñándoles y bautizándoles” y “haced esto en memoria mía”. Es la necesidad apremiante por cumplir el mandato de anunciar su Evangelio y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo que se entrega por la salvación del mundo. Y aunque haga frío, llueva o haga un calor de espanto, y el cura no vaya y sea un laico o un diácono el que les acompañe, rece la Palabra y ore con ellos, permanecen constantes y fieles celebrando el Día del Señor.

«Ser sacerdote no es ni un derecho ni una profesión clerical, sino que es un ministerio referido a nuestro Señor Jesucristo y a los hombres. Un servicio que lleva a plenitud mi existencia».


Este testimonio de fidelidad de estos hombres y mujeres, me ha hecho descubrir y comprender mejor que si el fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial, también para el sacerdote su ministerio será para Dios en Cristo y para la Iglesia a la que sirve razón de crecimiento en su testimonio al mundo. Y precisamente porque ni la santidad, ni la vida ministerial parecen cotizar al alza en nuestro mundo, manifestar la santidad del hombre y de la creación, desde el anuncio de la Palabra y desde la presencia real de Cristo en sus sacramentos con el pueblo fiel y santo que custodia la fe de la Iglesia en nuestras tierras, es la mayor encomienda que el Señor puede hacernos hoy a los sacerdotes.

Los cristianos tenemos fe y confianza en la Palabra del Señor, en su promesa en que él nunca nos abandonará y que siempre intercederá por nosotros. Esa promesa es la prenda de mi sí al Señor y la respuesta de mi seguimiento en el Seminario estos años. Con los ojos y el corazón puesto en Jesucristo, el Buen Pastor, me sigo encomendando a vuestras intenciones y oraciones.


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